Wednesday, June 10, 2020

WEEK 13 - CHARACTER COUNTS - El cumplimiento del deber

“SERES RESPONSABLES” NUESTRO ROL EN LA COMUNIDAD 

Por el hecho de vivir en sociedad, crecemos y nos desarrollamos sobre la base de objetivos comunes, como la convivencia y el bienestar. Las libertades de que gozamos van acompañadas de los deberes que, desde niños, vamos asumiendo a través de la responsabilidad. Desde la más humilde tarea hasta la más compleja, todas tienen sus consecuencias y depende de la responsabilidad con las que las hagamos para que sean beneficiosas para nosotros y para quienes nos rodean.  
No es lo mismo decir que alguien tiene una responsabilidad a su cargo, que decir que ejerce su tarea con responsabilidad. Ser responsables es tener conciencia de las obligaciones propias. Es actuar cumpliendo con ellas por convicción y no simplemente porque sean obligaciones, sentidas como una carga, sino disfrutando de la satisfacción del deber cumplido. Es por esto que, la persona responsable generalmente hace más de lo que sus obligaciones le exigen. 
Una persona responsable sabe que, sean sencillas o complejas, todas las actividades deben realizarse responsablemente. Por ejemplo: No solo del acierto del médico dependen vidas humanas; una instalación de gas deficiente puede ocasionar tanto daño como un mal diagnóstico, y así muchas otras cosas. 
Cada uno de nosotros cumple una función en la sociedad: en su país, en su ciudad, en su comunidad, en su familia; y esa función es importante para todos. Cuando tomamos un medicamento, nos alimentamos, cruzamos la calle, viajamos en autobús, en barco o en avión, no hacemos más que depositar nuestra confianza en la responsabilidad de muchísimos seres humanos que hacen los trabajos más variados. Cuando realicemos una tarea, pensemos que los demás confían en que la llevaremos a cabo responsablemente. 
Las personas no somos seres solitarios: necesitamos vivir en comunidad; la existencia de cada uno depende del conjunto de la sociedad y a la vez la sociedad no puede prescindir de la participación responsable de cada integrante. 

“La responsabilidad va más allá de lo que la obligación exige” 
Anónimo


De cómo sucumbió Villa Niloca entre las garras del mal tiempo (CUENTO) 

Para los que nunca fueron de visita –cosa que dudo- les cuento que Villa Niloca es un pequeño poblado ubicado acá nomás. En él, en el poblado digo, los habitantes tienen la propiedad de hacer lo necesario sin ganas. Y lo demás….no hacerlo. ¿Cómo les explico? A ver: los nilocos saben de memoria que es imprescindible plantar árboles para que los pájaros puedan construir sus nidos. Entonces, sin ganas y protestando, los plantan. Ponen semillas en la tierra y esperan a que los árboles crezcan. Ahora bien: si uno les dice que después de un tiempo hay que podar las ramas y regarlos, ellos contestan: “¡Ah, no!” “¡Eso no!” “¡Ni locos!”. Y entonces las pobres plantas crecen tristes, sin fuerza y más de una vez se mueren resecas con el primer otoño. 
—Hay que talar este árbol seco —dice entonces una niloca. 
—Yo, ni loco —le contesta su marido. 
Todo es así en Villa Niloca. A la hora de cenar, para poner la mesa los miembros de la familia se pelean. Y, como por supuesto, viviendo en esa villa son todos “nilocos”, terminan apoyando la comida en cualquier parte y (aunque no lo crean) comiendo con las manos. 
Dicen que dicen que este pueblo fue fundado hace mucho por don José de la Pereza, quien, junto con su batallón llamado “Los irresponsables”,  durante largo tiempo gobernó Villa Niloca. Eso es lo que se dice por ahí. Y que el lema de estos conquistadores fue: “¿Para qué hacer las cosas bien si se pueden hacer más o menos?”. Los nilocos, como es natural, acostumbrados desde chiquitos (desde niloquitos) a la educación impartida por los hombres de don José de la Pereza, son, tal vez sin quererlo, perezosos e irresponsables de ley. 
Hace pocos días, sin embargo, algo sucedió que según parece, cambió los ánimos de los villanilocos y los hizo pensar. Fue el “bombardeo celeste a la hora de la siesta”. En realidad, solo una fuerte tormenta de granizo que causó verdaderos estragos en el pueblo niloco. Sobre todo porque, imprevistamente, les interrumpió la sagrada siesta. 
No sé si les dije que en las casas de Villa Niloca no existen los techos. No. No existen. 
Porque cuando alguien sugirió una vez que los techos eran importantes para protegerse de los malos tiempos, los nilocos respondieron a coro: “¡Ah no!” “¡Ni locos vamos a construir techos!” “Bastante trabajo nos costó hacer las paredes…”. Y como Villa Niloca tiene un clima bueno y la gente se defiende de la lluvia tapándose con enormes bolsas de plástico, nunca se preocuparon por los techos. Hasta hace pocos días. Porque por primera vez cayó una enorme tormenta de granizo y las bolsas de plástico no sirvieron ni para ponerse a salvo de los truenos. ¡Pláfate! ¡Ploff! Los pedacitos de hielo cayeron sobre los nilocos dejando, en algunos casos, heridos de cierta importancia. Y esto no fue todo. 
—¡Vamos al hospital! —dijo una niloquita a su abuela cuando la vio lastimada. 
—¡Ni loca! —le respondió su abuela.    
—¿Cómo ni loca?   
Y cuando a la fuerza logró arrastrarla, el médico de guardia las miró con mala cara y   balbuceó: 
—Ni loco voy a atenderlas a la hora de la siesta. 
—¿Cómo ni loco? 
Uno encadenado al otro, los sucesos provocaron un verdadero desastre en Villa Niloca. Heridos, peleas, gritos. Casi la destrucción. Hasta que un joven niloco propuso calma. Y sin que nadie dijera “ni locos vamos a calmarnos”, toda la población se fue tranquilizando y se dispuso a meditar. 
—Pensemos —se decían unos a los otros los nilocos—. Pensemos. 
Y desde ese entonces es eso lo que están haciendo: pensando. 
Tal vez pase mucho tiempo hasta que en Villa Niloca los habitantes comprendan por qué son como son y de qué manera podrían cambiar. Lo importante es que, tanto en esa villa como en cualquier otra parecida, la gente se preocupe por vivir mejor. Aunque para eso haya que trabajar mucho. 
Aunque, al fin de cuentas, haya que enfrentar si es necesario, a don José de la Pereza cuyas ideas sobreviven entre sus fieles sucesores, los perezosos e irresponsables. 

Silvia Schujer 



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